El pasado 3 de octubre llegó a Netflix la serie: “Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer” una ficción basada en crímenes reales y que, si bien se suma a la tendencia de las películas en esta línea, definitivamente no es una más del subgénero del horror, y no solo por la crudeza y perturbadoras escenas, sino por su argumento y el enfoque que va más allá de la brutalidad del crimen.

Es necesaria la advertencia, la serie no es apta para personas muy susceptibles a situaciones brutales (violencia, asesinatos, canibalismo); no son casuales los comentarios o cuestionamientos de muchos, sobre ¿cómo es posible que puedan verla, acaso no tienen sensibilidad? Puede que la producción provoque náuseas, y no solo por los asesinatos y la forma en que se muestra cómo el protagonista mató a 17 personas entre 1978 y 1991, sino por la desgarradora impotencia que se puede ver en las víctimas ante el racismo y la homofobia de un sistema policial y de justicia norteamericano cómplice por incompetencia.

Conforme transcurre cada episodio, el horror de los crímenes solo son superados por la denuncia social, donde, como siempre, las víctimas y grandes sacrificados son los negros y homosexuales, es decir, un sistema que privilegia y favorece a los blancos, y las minorías siempre salen perdiendo.

El origen del mal siempre es humano

La serie profundiza el entorno de Dahmer, que, desde niño, como en todos los casos de psicópatas y asesinos en serie, su devenir se origina en la familia. Para algunos, los pasajes dramáticos que muestra la serie para entender al protagonista, raya con la romantización del “monstruo”; sin embargo, un aspecto muy importante a destacar es que a partir del episodio 6 de la serie, el horror de la historia es desplazado por otro protagonismo, el de las víctimas; es desgarrador ver no solo su sufrimiento, sino, como ya se mencionó líneas arriba, la incompetencia e indiferencia del sistema policial y judicial norteamericano, que de no ser así, se hubiera parado el horror. Este es quizá el hecho más importante y diferencial de esta serie comparada con las demás de su tipo.

Desde el punto de vista cinematográfico, la actuación de Evan Peters como Jeffrey Dahmer (actor experimentado en papeles de psicópatas) fue la elección a lo seguro de los directores Ryan Murphy (American Horror Story) e Ian Brennan (The Politician). Peters, con su gran interpretación, y la dirección mediante primeros planos, logran hacernos creer, a lo largo de los momentos más extremos de la serie, que el verdadero Dahmer está en la pantalla. Sin lugar a duda, la serie y su protagonista han destronado al gran Anthony Hopkins y al “Silencio de los inocentes” en lo que se refiere a encarnar a un caníbal, incluso, la bestialidad de Dahmer conocido como el “carnicero de Milwaukee” rebasa cualquier calificativo que trate de definir lo que hizo. Vale preguntarse: ¿luego de esta gran producción, Peters seguirá encasillado en protagónicos de psicópatas o podrá salir de esto? Por el bien psicológico del actor, ojalá que no.

En síntesis, Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, es una magnífica producción para los que gustamos del cine de horror (sin llegar a ser calificada de gore), y para los que puedan dejar de lado su susceptibilidad y tratar de entender cómo se origina el mal y un monstruo, es un excelente retrato de un psicópata, y también un tremendo cuestionamiento social de los “horrores” del sistema policial y de justicia norteamericano cómplice por inhumanidad o incompetencia de esta y otras atrocidades.

Y sobre todo, en el día Mundial de la salud mental, no solo hay que ver monstruos y monstruosidades en la gente o ser muy susceptibles al verlos en la pantalla, sino cuestionarnos como seres humanos, sociedad y Estado, la indiferencia o el abandono sobre este tema, que termina haciéndonos cómplices del horror real que supera cualquier ficción.