“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, “lo esencial es invisible ante los ojos” y una larga lista de pensamientos trillados es lo primero que se me viene a la mente en este cumpleaños número 54. Y es que resulta inevitable pensar en ello cuando nos privan o perdemos lo que cotidianamente creíamos que lo teníamos para “siempre” o consideramos que era “nuestro”.

Somos proclives a trabajar porque nos ponemos diferentes metas, una vez que las logramos aparece la idea y convencimiento de posesión de lo que hemos conseguido (mérito le llamamos), “esto lo gané yo y por tanto es mío de aquí en adelante”.

Lo mismo sucede en el momento que alcanzamos, luego de mucho esfuerzo y sacrificio, a comprar un bien material (un auto, un departamento, una casa, etc.) o lograr un puesto de trabajo, y más aún en el plano emocional, cuando hacemos amigos, tenemos pareja, hijos, siempre nuestras pretensiones apuntan a la misma dirección, creer que lo que hemos alcanzado es “nuestro”, es “permanente”. Y eso sucede por una razón: la sensación de seguridad, algo como un “techo” bajo el cual nos sentimos protegidos de la intemperie.

Hoy, que una amenaza como la pandemia del Coronavirus nos obliga al aislamiento social pensamos que nos están privando o nos estamos quedando sin libertad, sin derechos, sin la posibilidad de seguir con nuestras vidas y sentimos desesperación, frustración, miedo. Sin embargo, en otra cara de la realidad, ya son varios los años (décadas) en que hemos coexistido con mucha gente que no tiene trabajo fijo, ni vivienda propia, y ahora la adversidad nos iguala.

Y es que en “nuestra” condición de creer que poseemos permanentemente cosas o personas no hemos querido ver que el mundo ha cambiado y seguirá cambiando, no hay garantía de la permanencia de trabajo; el departamento o casa que tanto nos costó conseguir pueden dejar de ser “nuestros”; el lugar donde estuvimos cómodos y creímos echar raíces puede dejar de ser mi ciudad o mi país. Ni que decir de las personas que nos rodean, amigos, pareja, hijos, familiares.

Las amenazas, las adversidades nos han mostrado en la realidad que somos seres itinerantes, obligados vamos migrando, ya sea por razones personales, laborales o extremas (clima, desastre natural, una epidemia). Y si se trata de interrelaciones humanas, sabemos o debemos saber ya, que la gente cambia o no la terminamos de conocer, aparecen y se van, amamos, nos aman, dejamos y nos dejan de amar, no hay nada ni nadie para siempre.

“La vida es como un sube y baja”, dice otra frase conocida, hoy se puede estar arriba y quizá mañana estemos abajo, porque lo que nos suceda ya no depende exclusivamente de nosotros mismos, sino del sistema en el que estamos involucrados o nos involucraron.

Por lo tanto, la gran pregunta de fondo es: ¿estamos preparados, no solo económica, emocional, física y sobre todo mentalmente para asumir las condiciones actuales, esas mismas que ponen a prueba o “atacan” lo que creemos nuestro y por lo tanto generan nuestras inseguridades?

“La vida humana es el territorio de la posibilidad, una lucha entre el desengaño y la esperanza, entre realidades posibles y sueños imposibles”, señala la escritora española María Zambrano, a lo cual agregaría: “con personas, en lugares y situaciones que no son permanentes ni mucho menos para siempre”.

Finalmente, en estos momentos de cambios, de amenazas, de desastres humanos o naturales en que se encuentra gran parte del mundo, aunque perdamos muchas cosas y personas que creemos “nuestras” siempre tendremos posibilidades más que imposibilidades.

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