Deslumbramiento de experimentar en forma inédita algo totalmente distinto al running urbano (ruta, paisaje, entorno, sensaciones, zapatillas, indumentaria, implementos, hidratación), satisfacción y gloria momentánea de haber participado en mi primera carrera de trail running.
Llevo corriendo más de 10 años por rutas urbanas de pista o asfalto en mi ciudad (Lima), en otras ciudades del Perú y en cualquier lugar que vaya por razones de trabajo, vacaciones u otro motivo. Son muchos los kilómetros y experiencias acumuladas en la memoria, es por ello que cuando hacemos algo por primera vez nos asaltan recuerdos de otras primeras veces que empezarán a ser reemplazados. Por ejemplo, cuando participé en mi primera carrera de 10 kilómetros recordé de manera precisa mi primera salida a correr; cuando crucé la meta de mi primera carrera de 21 km recordé nítidamente mi primera 10k, y así sucesivamente hasta mi inicial maratón.
"...cuando hacemos algo por primera vez nos asaltan recuerdos de otras primeras veces..."
En cada una de esas experiencias traje a la mente cómo fueron las partidas, la ansiedad, la incertidumbre, la tensión, el momento del temido calambre o del dolor de rodilla, la mala pisada, cuando se desataron los cordones de mis zapatillas, cuando se acabó la batería de mi reloj deportivo o de mi móvil y me quedé sin monitoreo del aplicativo running y la música elegida para la ocasión. Pero también de los buenos momentos disfrutados (el clima fresco toda la ruta, el buen ritmo constante, el aliento de la gente), y así uno a uno hasta llegar a mi primera competencia de trail el pasado 2 de febrero.
El lugar elegido fue la hermosa ciudad de Caraz en la región peruana de Ancash, a una altitud de 2,250 msnm aproximadamente, situada en el maravilloso callejón de Huaylas entre las imponentes cordilleras Blanca y Negra de los andes peruanos. Si bien tengo experiencia previa en caminatas por zonas de montaña y muy buena adaptación a la altitud, incluso algunos trotes y recorridos por rutas urbanas de ciudades como Arequipa, Cusco, Cajamarca, Huancayo, esta vez me puse a prueba absolutamente en todo por primera vez.
La carrera fue el “Trail Mama Ashu Caraz” en su primera versión, competencia que se las trae tanto por su singular nombre que hace referencia a la Virgen de la Asunción (muy venerada en la región); por sus rutas que ofrecieron (distancias de 14k, 16k y 30k); así como por sus desniveles positivos y negativos desde 600 a 900 metros y grados de dificultad (de moderado a difícil) para todos los gustos y experiencias.
Para mi primer salto (¿al vacío?) del asfalto al campo elegí la distancia de 14k (por ser la más corta y la del menor desnivel -600 metros- ¿lógico no? me dije a mi mismo a manera de alentarme y despejar el inevitable temor e incertidumbre).
La partida para las tres distancias fue en el puente Choquechaca a 2120 msnm y a 10 minutos de Caraz. Pese a ser época de lluvias en la sierra peruana, el día de la carrera tuvo un espléndido sol y cielo azul despejado. Los participantes de 16k y 30k partieron a las 9 de la mañana, los de mi distancia 15 minutos después.
Empezamos pasando el puente para tomar un desvío por un sendero llano de unos 200 metros. Entonces aparece la primera subida. Pulsaciones a mil porque la quería ascender corriendo como en la maratón, como lo hacían los corredores que uno a uno me iban pasando. Logré subirla como pude corriendo. Vino otro sendero también llano, pero conforme avanzaba sentía el incremento del desnivel. Y así la segunda y tercera subida donde definitivamente desapareció el maratonista. El “correr, caminar, correr” consejo que recibí tantas veces hasta el hartazgo cuando fui runner principiante, volvió a tener sentido.
"Y así la segunda y tercera subida donde definitivamente desapareció el maratonista"
Las demás subidas se encadenaron unas a otras hasta que mi reloj deportivo indicó el kilómetro 7, el límite de los 600 metros de desnivel positivo alcanzados y la llegada al pueblo de Huata (donde veneran a la Mama Ashu). Por fin la mitad de la ruta. Impulsado por el aliento de los niños que me acompañaron corriendo al atravesar su pueblo, las mujeres y ancianos que me saludaron y alcanzaron gajos de mandarina, salgo de Huata e inicio el ansiado descenso. Ahora sí, a volver a correr con normalidad y sin parar hasta la meta (me dije con una ingenua seguridad).
Mis pulsaciones y respiración estables y mi ánimo a mil se estrellaron pronto en el kilómetro 8 cuando entré a una bajada pedregosa y de marcado desnivel. Otra vez la voz interna que me recuerda y literalmente me aterriza “correr, caminar, correr”.
A pesar de que toda la ruta estuvo bien señalizada por los organizadores, me desvié del camino un par de veces, sin embargo no me molestó correr metros adicionales, perder minutos de carrera y que los otros competidores me pasen porque esta fue también la primera vez en que me dio igual la clasificación y el tiempo que hice. Hasta que llegué al kilómetro 13, corrí como lo hago en el llano, incluso me di la satisfacción de dar un pique de velocidad para cruzar la meta.
A la acostumbrada medalla, fotos, hidratación, el aliento de los asistentes y de los compañeros competidores, los organizadores sumaron una poderosa y sabrosa pachamanca de almuerzo, un sorteo de una motocicleta y el compartir de una yunza entre los participantes, la población local y demás asistentes (por eso digo, este primer Trail Mama Ashu Caraz se las trajo y promete aún más para su segunda versión).
Luego de esta experiencia debo decir que he quedado enamorado del trail, de la ruta, de los paisajes, de las sensaciones físicas y emocionales, de la comunidad de corredores que disfruta del maravilloso campo con su naturaleza y gente única.
Y es que el placer de correr es como una flor que brota, hermosa y plena, pero la experiencia de correr en particular un trail es el perfume que atrae y perdura en la memoria.
PD. Pese a ser mi primera carrera de trail running, llegué en el cuarto lugar de mi categoría, solo una anécdota.